5 ago 2006

La calle



“La calle” es un concepto claro: la nombro, y todos saben de qué estoy hablando.
¿Todos saben de qué estoy hablando? ¿Representa lo mismo para todos?

La calle, para el que maneja un auto, es un espacio abierto hacia delante más o menos ocupado por obstáculos fijos y móviles, que es aconsejable evitar, esquivar, rodear. Es un camino, una ruta, un trazado punto a punto. El tránsito demanda atención, y el paisaje alrededor del vehículo queda difuso, con algunas puntuaciones más nítidas que corresponden a las paradas en semáforos.
Para el que viaja en un colectivo, la calle es una película desplegada de derecha a izquierda, o de izquierda a derecha. Es lateral, discontinua, se abre hacia las vistas de las transversales, se jalona de hitos (las paradas), y es más una travesía que un camino.
Para el que espera en la calle, es el escenario de la incertidumbre.
Para el que camina, la calle es el suelo que pisa, la gente alrededor, los sonidos, las vidrieras de los negocios, su propio reflejo, los olores, los colores, el sol y la sombra, el frío, el calor, el viento. La calle equivale al contacto con la naturaleza para los que viven en ciudades.
Para el que la mira desde una ventana, en lo alto, es un plano donde acaba la vista, donde se deslizan vehículos, donde se mueven muñequitos sin rostro. Una especie de esquema de juego bidimensional, distante e indistintamente ruidoso.
Para el que viaja en subte, es un techo invisible.
Para el que marcha en una manifestación, es un marco donde mostrarse junto con otros y obligar al resto de la ciudad a mirarlo. Un espacio donde expresar enojo, reclamo, alegría, apoyo, dolor, afirmar derechos, reivindicar pasiones. Un lugar para medir influencias, mostrar fuerza, empujar resultados.
Para el que trabaja en la calle - vendiendo algo, por ejemplo - es un territorio a ocupar y defender, un espacio propio en medio del espacio de nadie, o de todos. Un pequeño retazo de algo que intenta afirmarse, hacerse notar, tener identidad propia para poder vender lo que ofrece ante la indiferencia de la marea que pasa.
Para el que vive en la calle, es un país usurpado de día por los otros. Una tierra ocupada por extraños, donde deambula mimetizándose poco o mucho con ellos a la espera de la oscuridad. Entonces, se transforma en una casa hostil y abierta, donde aún es posible hallar refugio, descanso, compañía. Tan precaria de noche como de día, pero menos ajena.
Digo “la calle”, y un aluvión de significados se precipita.