11 feb 2006

Paisajismo

La época de magia en una relación no necesita palabras. Es más, las palabras no la mejoran, no la incrementan. Todo lo contrario. las palabras se necesitan cuando la magia empieza a apagarse...
Y siempre se apaga.
Más pronto, o más tarde, empezamos a trazar bordes, senderos, puentes. Cuando comenzamos a diseñar el paisaje de una relación, la domesticamos. Ya no es un terreno virgen, salvaje, inexplorado. Empezamos a podar, a plantar, a sembrar, y esperamos resultados; regamos, y queremos que crezca; encontramos malas hierbas, y sentimos que tenemos que arrancarlas. Quitamos las piedras que nos molestan. Cavamos donde queremos profundidades. Elegimos colores, alturas, texturas. Planificamos.
Y un día, más pronto o más tarde, nos damos cuenta.
Lo que valía la pena, se perdió. Lo que era especial, quedó olvidado.
Y lo que tenemos ahora, es un paisaje igual a muchos otros paisajes, más o menos a nuestro gusto, más o menos a nuestro modo, más o menos a nuestra medida.
Sin sorpresas, sin misterios, sin rincones desconocidos. Liso, suave, previsible. Transitable.
En el mejor de los casos, claro. En el peor, un horrible mamarracho sin armonía ni belleza, hostil y amargo.
Qué difícil es sostener una relación en el tiempo, sin convertirla en algo que no vale la pena...