11 ene 2006

Quisiera entender II

¿Se acuerdan de un post de octubre que llamé “Realmente, quisiera entender”? Allí postulé la hipótesis de que los hombres no crecen: se quedan inmaduros hasta que se ponen seniles. Hace poco lo comenté con N., que no lee el blog, y que aunque no lo sabe es uno de los bichos de laboratorio que más observé para llegar a esa conclusión.
Y la respuesta de N., lejos del enojo o la incomprensión, fue típica de él:
“Es que las mujeres, en algún momento durante la adolescencia, dejan de jugar. No sé por qué, pero pierden la capacidad de jugar. Los hombres no, seguimos conservándola. Y yo me alegro que sea así, me alegro de poder seguir jugando.”

Bueno, ahí está. Ese era el detalle, el punto de vista, la observación que me faltaba.
¿Será que al empezar a prepararnos para la maternidad la biología nos hace eso, porque ser madre es algo serio, hay que cuidar la prole y amamantarla y estar alerta y protegerla, etc., etc., y no hay tiempo para juegos?
Los hombres, en cambio, en lo que respecta a la biología, salen a cazar. Y nada hay de diferente entre la caza y el juego; casi diría que es el juego por excelencia, porque todo a lo que los hombres juegan no es más que una variante, modificada por la cultura, de la caza para supervivencia.
Eso explicaría el resto de lo que decía en aquel post: que al llegar a la madurez, muchas mujeres están vitales, alegres, llenas de proyectos y energía (recuerden, soy consciente de la generalización). Superada la etapa de cuidar la prole, se recupera la capacidad de jugar.

(No sé por qué, pero tengo la sensación de estar descubriendo la pólvora. Tiene que haber antropólogos que se hayan ocupado de esto antes y con más seriedad que yo)