9 abr 2006

Y ya descubrí cómo hacerlo

Lo escribí esta tarde, y al rato comprendí que esa era la forma, ese era el modo de soltarnos: no arrancar una promesa, no arrancar nada, no quedarse con nada. Lo único que necesito es que se entregue, para dejarlo ir.
Él calla, esconde, reserva, porque cree que así se protege y me protege. Guarda todo lo que siente dentro de sí, y sólo de vez en cuando, con las defensas inadvertidamente bajas, algo se escapa. No quiere hablar, porque cree que las palabras obligan, remueven, duelen: “No es lo mismo hablar que no hablar”
No quiere escucharse decir lo que desea, lo que siente, lo que sueña. Inventa sueños para mí, me planifica futuros cerca de él, pero sin él. Me dice dónde puedo ser feliz. Dibuja detalles. No contesta cuando pregunto si él estará en esos paisajes. Pero me propone lo mejor, lo que más ama, lo que querría para sí mismo.
No puedo dejar de reconocer cuánto amor hay en sus palabras, pero quiero escuchar las que no dice, las que se guarda, las que más importan. Quiero escucharlas, antes de la próxima despedida. Sólo así podremos separarnos en paz.