22 feb 2006

Lo que hay, lo que se elige

Ciertas cosas merecen más tiempo que el que la vida les otorga. A veces hay plazos perentorios, que no dependen de la voluntad de nadie, que son imperativos por circunstancias dadas desde mucho tiempo atrás y no queda más que aceptarlos, respetarlos, asumirlos. Uno tiene cierta madurez, cierta entereza, hasta una pequeña cuota de resignación permitida casi de mala gana, y entonces se subordina a lo determinado sin ensayar rebeldías que no tienen más fruto posible que la exacerbación del dolor inevitable.
Parece que todo está claro.
“Es lo que hay”, decimos, y pretendemos que está todo bien, y seguimos adelante.
Pero en lo profundo, nos retorcemos de dolor anticipado, conocer el plazo nos tortura el alma, no hay alegría que no quede empañada por ese aliento turbio.
Y así andamos, viendo al mismo tiempo las dos caras de la vida, sabiendo que cuanto más feliz es el presente mayor será el vacío cuando se acabe, y sabiendo además: “Se terminará tal día”
Y sin embargo, el presente se impone con su fuerza, y cada día de felicidad se goza como el último, y cada instante de perfección se valoriza doblemente.
A veces parece que la peor maldición que puede sufrir el ser humano es conocer el futuro. Pero incluso para eso hay exorcismo...
Consiste, básicamente, en tener en claro que uno no elegiría perderse nada.