29 abr 2006

Such a perfect day

Tal vez la perfección no esté en las cosas, sino en la manera de percibirlas. Han de haber muchos momentos así, pero no siempre está uno con el ánimo de darse cuenta y disfrutarlo.
Estar de vacaciones ayuda.
Estar en una ciudad desconocida, también.
La novedad abre los ojos y despierta los sentidos, multiplica la intensidad de los estímulos.
Como sea: de vacaciones, recorriendo una ciudad por primera vez, sintiéndome feliz, plena, en paz conmigo misma y con el mundo. Sin nostalgias, sin angustias, sin planes, con deseos. Bien, muy bien.
Y el día: ni frío, ni calor, ni viento; más o menos las 5 de la tarde. El lugar: un enorme parque, grande como media ciudad. Arbolado, bello, en el esplendor del otoño cuando las hojas todavía no han caído, pero ya cambiaron de color: amarillean los fresnos y los álamos, los acer enrojecen, se amarronan los tilos, los cedros y pinos y abetos oscurecen sus verdes. Ni una nube en el cielo. A lo lejos, desvanecidas por la bruma, las montañas hacen marco, contienen, ponen horizonte hacia lo alto.
Los árboles se tragan los ruidos, la ciudad desaparece de la vista, del oído, de la memoria.
Un lago, un remero entrenando silenciosamente, una mujer practicando kung fu bajo las ramas de un cedro, voces aisladas, parejas abrazadas, besos al sol. Y el sol. Y el aire tibio y quieto. Y el ruido del agua en las acequias.
Camino durante horas, sin cansancio, casi sin pensamientos. Una larguísima avenida flanqueada por álamos, caminitos sombríos bajo enormes plátanos, senderos soleados junto al agua. Gozo cada segundo, cada escenario.
De pronto, como a unos cien metros, en el centro de un claro donde confluyen senderos, una inmensa, altísima fuente de bronce, con todos sus surtidores funcionando, majestuosa, bella, destellando a contraluz del sol de la tarde con indescriptibles brillos.
Camino hacia ella, fascinada. Y sin motivo aparente, mi mirada se desvía hacia el cartel que indica el nombre del sendero por el que voy: “Camino del medio”.
Fue tan mágico que no podía creerlo.
A partir de allí, emprendí el regreso. No es que yo crea en cosas como el destino, pero francamente... El tejido de la vida a veces parece más bien un exquisito bordado.