Los títulos
(Sigo intentando, tercamente, subir una imagen a este post, y Blogger, más tercamente, sigue sin permitírmelo)
Siempre he tenido una cierta fascinación por los títulos. Me encanta pensarlos, o más bien dejar que vengan a mí cuando he escrito algo: releo el texto, dejo que se convierta en sensación, me abstengo de procesos intelectuales, hago que flote y me atraviese, y el título surge, de pronto, como algo perteneciente al texto, no a mí. Algo que el texto quiere para sí mismo, que pide; a veces su esencia, pero a veces simplemente su rasgo más fuerte, o incluso el resultado de alguna asociación inconsciente o afinidad particular que probablemente quede oscura para todo lector.
Si alguna vez intento “poner” el título yo, el texto se resiste, nunca lo acepta, y el asunto queda ahí, encaramado por encima, pero siempre ajeno. Por eso, el título casi siempre es posterior al texto, rara vez lo precede.
Siempre ha habido títulos que me resultaron fascinantes, con independencia del contenido al cual se refieren. De novelas, de películas, de capítulos de libros, de cualquier cosa.
Recuerdo que siendo chica me encantaba el de una novela de Françoise Sagan: “Un poco de sol en el agua fría”. No leí la novela, ni entonces ni después. pero nunca olvidé el título, pleno de imágenes sugerentes, de asociaciones sensoriales, rico, expresivo.
Algo más tarde, fue “El incendio y las vísperas”, otra novela, esta vez de la argentina Beatriz Guido. Éste se me hace presente cada vez que alguna situación está levantando temperatura y presión, cada vez que algo parece inminente y promete conflictos intensos; cada vez que se incuba una situación explosiva. Y también cuando la explosión ocurre imprevistamente, y luego se hace evidente que hubo signos, señales de advertencia, casi siempre ignorados o no percibidos. Parece reflejar en dos palabras tantas situaciones diversas pero conectadas por esa idea subyacente de cosa que se va gestando, sin que nadie lo sepa, hasta que el dramático desenlace pone en evidencia que hubo una preparación, que hubo unas vísperas como en realidad las hay para todo, si sabemos buscar y mirar.
Hubo un título de un breve capítulo de un libro de Embriología, en mi primer año de medicina: “Mosaicos y quimeras”. Nunca importó que yo supiera que se refería a unos raros trastornos genéticos, generalmente incompatibles con la vida: el título tuvo siempre para mí vida propia, una fuerza poética incontenible, y persiste en mi memoria aunque ya no estoy segura de quién era el autor del libro. Será tal vez por su asociación con el arte y la mitología, que me evoca sucesos misteriosos, objetos bellos, historias fascinantes. No sé. Pero he pensado, más de una vez, que me gustaría escribir una novela, preferiblemente de ciencia ficción, y llamarla así.
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