10 jun 2007

Libro de quejas



Ya estás camino al campo con tus amigos. Ya estás lejos de mí, disfrutando de otras cosas, de otras compañías. Te lo dije: te odio por haberte ido, por dejarme así, con ganas de vos, por no saciarme. Te odio por haberte ido al casino y quedarte hasta tarde, y en cambio darme tan poco de vos y de tu compañía.

Te odio, y mi odio no es una broma. Mis pasiones nunca son leves, mis necesidades nunca son moderadas, y aunque la educación y la cortesía me pulan las reacciones y modelen mis actitudes, dentro de mí hay una pequeña fiera insatisfecha y enojada. Sabelo, porque aunque me esfuerce por mantener una cortés prescindencia, aunque respete tu autonomía tanto como exijo que sea respetada la mía, aunque comprenda tu necesidad y tu placer, aunque incluso envidie secretamente esa masculina disposición al juego - con las cartas o con los pares - ni por un segundo se atenúa la insatisfacción que me quedó al irte esta mañana sin darme siquiera una promesa de compensación, una leve concesión a mi demanda, algún pequeño gesto que me hiciera sentir menos perdida, menos dejada atrás.

Debería bastarme tal vez saber que me querés. Que me lo decís cada vez con más frecuencia, pero nunca sin pensarlo, jamás sin sentirlo. Debería bastarme que nos hayamos enamorado a pesar de tantas defensas levantadas. Debería bastarme saber que tuviste una semana espantosa, y el juego es para vos un escape que yo no puedo reemplazar. Sí, debería bastarme.

Pero no. Dentro de mí, la pequeña fiera tiene hambre, la pequeña fiera insaciable pide más.

Está bien que no le permitas devorarte. Pero nunca te olvides que lucho contra esa fiera, cada día. Y que cada día que no estamos juntos, cada día que pasa sin que nos veamos ni nos abracemos ni nos besemos, es un desabrido, descolorido triunfo de la razón contra el puro deseo.