31 oct 2009

El viaje que no hicimos


Escucho la lluvia sobre el techo de chapa. Todo el día lloviendo. Un buen sonido, un sonido amable. Combina bien con el gris, con lo mojado, y se presta a lágrimas y recuerdos.

Recuerdo, entonces, el viaje que hicimos juntos a la selva, para ver los Saltos del Moconá. El río Uruguay estaba crecido, y no había saltos. El agua emparejaba la altura a ambos lados, y todo era un gran río gris y turbulento. Pero conocimos la selva, caminamos la selva, anduvimos por los caminos rojos y supimos lo que era abrirse paso a machetazos por donde nadie había pasado nunca… o quizás, por donde siempre habían pasado otros, pero la selva se cerraba por detrás, la selva no guarda espacios vacíos.

Nunca lamenté realmente no haber podido ver los Saltos. Fue una anécdota más de un viaje estupendo, que terminamos tomándonos una botella de champagne que nos regalaron en el viaje de regreso. Un buen broche.

Ahí supe que nunca serías un gran compañero de viaje. Que para vos se trataba de una cuestión metódica, casi de un deber: puesto que se hace un viaje, se invierte en él tiempo, dinero, esfuerzo, hay que aprovecharlo.

Para mí, la palabra aprovechar está impregnada de un sentimiento mezquino. Como en las revistas berreta de decoración, que todo el tiempo te están queriendo enseñar cómo aprovechar el espacio… o sea, cómo ocuparlo en vez de disfrutarlo. Aprovechar un viaje es lo mismo: algo que se hace cuando no se sabe disfrutarlo.

Hubo otros viajes después. Hasta que no hubo más, hasta que nos perdimos uno al otro, hasta que te perdí o me perdiste, hasta que no nos quedó destino o hasta que los caminos se separaron y cada uno siguió por el suyo, hasta que viajar no fue posible porque había demasiado equipaje.

Y sin embargo, si hubieras querido, yo te hubiera podido enseñar cómo se hace para disfrutar el viaje.

12 oct 2009

Amor incondicional




Todos deberíamos recibir amor incondicional. No basta con el de nuestras madres: alguien más, por lo menos un ser más en el mundo, debería poder amarnos incondicionalmente.
Alguien debería existir que nos hiciera sentir que nuestras debilidades pueden redimirse, que nuestros errores pueden olvidarse, que nuestras fallas pueden perdonarse.
Alguien debería haber que nos ame perfectos aunque nos sepa limitados, que nos crea bellos aunque nos vea las fisuras, que nos ponga por encima de todo aunque hayamos salido del montón.
Alguien debería haber que nos mirara a los ojos y nos dejara ver solamente amor hasta el fondo de los suyos.


Por suerte existen los perros.


4 oct 2009

Cuarto aniversario




Hace cuatro años que lo empecé, y aunque los dos últimos lo he atendido poco, lo sigo queriendo. Muchas veces me pregunté si no era más lógico cerrarlo, pero después pensé que si lo hacía, abriría otro muy pronto. Y no estaría mal, pero hay que ocuparse: elegir un template, desarrollarlo a gusto de uno, darle una estética propia… en fin, cosas que llevan tiempo.

Y por otra parte, éste me sigue gustando. El negro se usaba más cuando lo empecé, es cierto, pero sigue pareciéndome atractiva esa cosa como sin fondo que da el negro: no hay un límite, se desdibujan los bordes, y no da sensación de cosa escrita en papel, sino de textos e imágenes que flotan en la negrura electrónica.

El texto de Anaïs Nin que lo encabeza sigue describiéndome como si ella se hubiera referido a mí al escribirlo. El título tiene más sentido ahora, aunque siga inclinándome siempre hacia los bordes.

Y el tono general del blog también sigue siendo el que elijo. Nunca quise que fuera literario, ni tampoco periodístico. Ni simplemente catártico, desde luego. Es como yo soy: ecléctico, no preocupado por la etiqueta, coherente consigo mismo.

Finalmente, hay una historia acá. Cuatro años es mucho tiempo, y es increíble la cantidad de cosas que hice, que me pasaron, que cambiaron y que no en este tiempo. Lo que aparece acá es un reflejo apenas de algunas cosas elegidas, pero es una historia. Y ha devenido, de algún modo, en parte de mí. Como un apéndice inesperado pero agradable, amistoso y cómodo.

También lo quiero porque a partir de él y de otros blogs vecinos se produjeron encuentros estupendos y nacieron amistades. No es poco.

Así que sigue. Sin prometer nada, simplemente siendo, como hasta ahora. Y con una guirnalda para celebrarlo.